“La potencia de un país y hasta su independencia, dependen de su adelanto técnico mantenido por la investigación permanente. El cultivo de las ciencias fundamentales es la base de las aplicaciones prácticas posibles”
Bernardo Houssai
En este trabajo se resume cómo la situación actual de la Universidad Central de Venezuela en estos tiempos de pandemia puede ser la oportunidad de oro para repensarse y lograr la reestructuración necesaria a la luz de los acontecimientos mundiales, conservando su sentido del ser como espacio donde la labor intelectual es el centro de la actividad que desempeña, con un elevado rol social (1) en la formación de individuos cultos y preparados para ingresar a la sociedad, (2) creadora de conocimiento y (3) coparticipe en la reflexión sobre los retos planteados por la sociedad para aportar soluciones a los mismos.
Palabras clave: Tricentenario UCV; pandemia; reestructuración conceptual; conocimiento; recursos humanos; punto de inflexión
This paper summarizes how the current situation of the Central University of Venezuela in these times of pandemic can be the golden opportunity to rethink and to achieve the necessary restructuring in light of world events, preserving its sense of being as a space where the intellectual labor is the center of activity that plays a high social role (1) in the formation of educated individuals prepared to enter society, (2) creator of knowledge and (3) participating in the thoughtful means of the challenges posed by society to provide solutions to them.
Key words: UCV tricentennial; pandemic; conceptual restructuring; knowledge; human resources; inflection point
La familia, núcleo de la sociedad es el espacio natural donde se inicia la educación. En ella se aprenden los valores ciudadanos que rigen el proceder individual de cada persona inmersa en la sociedad. Y esa sociedad manifiesta conductas y acciones en la vida cotidiana, que se consagran en el desarrollo del país al consolidarse como aprendizaje en las diversas instituciones educativas en todos sus niveles.
De hecho, la educación debe considerar los ejes transversales que transcurren en la realidad siempre cambiante: ambiente, valores, desarrollo lingüístico-lógico-matemático, formación para el trabajo, ciencia, tecnología e investigación, como elementos -entre otros-, del espacio educativo formal necesario en este mundo, cada día más global e inmerso en el universo de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC/UNESCO) (1).
En este contexto la educación universitaria (Y la Universidad, como espacio donde la labor intelectual es el centro de la actividad que se realiza) desempeña un elevado rol social al formar individuos cultos y preparados para ingresar a la sociedad, crear saber en forma de conocimiento -y propagarlo-, desarrollar y disciplinar la inteligencia y reflexionar sobre los retos que la sociedad plantee y aportar soluciones para resolverlos en la medida de sus capacidades. Las bases fundamentales de su acción estriban en crear, descubrir, investigar y comunicar el conocimiento, asumiendo desde la incertidumbre de los cambios, el compromiso de la institución como ente dedicado al mundo del intelecto (2).
En pocas palabras, la Universidad anhela la creatividad, la inteligencia y la imaginación de quienes en ella cohabitan. Para hacer este sueño realidad la universidad debe estar cerca de lo real y tangible, ser una comunidad entregada a la libertad creadora (siguiendo el modelo Humboldtiano de Universidad) y a la preparación de los profesionales aptos para integrarse a la sociedad (siguiendo el modelo Napoleónico de Universidad). A los retos usuales para lograr su deseo se suman hoy a 300 años de fundada la Universidad Central de Venezuela, dos que son insoslayables: la pandemia y la tecnología.
En 1995 (3), Eli Noam (académico de la Universidad de Columbia) publicó un artículo en la revista Science cuyo título era Electronics and the Dim Future of the University (La electrónica y el oscuro futuro de la universidad). En ese momento las disquisiciones de Noam transcurrían sobre el potencial impacto de las tecnologías de comunicación e información (TICs) en la educación superior y el desempeño de las universidades. Mencionaba Noam que las TICs tendrían la posibilidad de enlazar los recursos de información del mundo y potenciarían la investigación en redes y sin fronteras. Pero esto se acompañaría de la debilidad del funcionamiento de las instituciones tradicionales de aprendizaje, las universidades. Él no era optimista acerca de la relación entre las TICs y la función de la Universidad y mencionaba cómo muchas de las funciones tradicionales de las universidades serían sustituidas, y su papel en la investigación intelectual podría verse reducida. La pandemia y sus consecuencias en investigación y desarrollo, así como en los procesos educativos, y las múltiples inequidades que hemos observado como secuelas de esta pandemia -en el área educativa- (4, 5) no dejan de darle razón, aunque los elementos esgrimidos por él no tomaban en consideración lo aquí mencionado.
El punto de Noam era que las TICs no podían ser ignoradas porque implicaban una inversión de la dirección histórica del flujo de información que determinaba el funcionamiento de las universidades. “En el pasado”, escribió en ese momento, “la gente venía a la información, que se almacenaba en la universidad. En el futuro, la información vendrá a la gente, esté donde esté”. Bajo esta lupa cabe entonces preguntarse para nuestra tricentenaria Universidad ¿Cuál es el papel de la Universidad? ¿Será algo más que un conjunto de funciones físicas y profesionalizantes? ¿Será el impacto de la tecnología en la Universidad similar al de la imprenta en la catedral medieval? ¿Podrá la Universidad asumir ese reto y seguir siendo un núcleo de generación de conocimiento y transferencia de información? ¿Podremos tomar esta crisis al 2021 como punto de inflexión para reorientar la Universidad?
Y en medio de esta reflexión se superponen la celebración de los 300 años de nuestra querida Universidad Central de Venezuela, y la pandemia. De pronto, surgen cambios drásticos a todo nivel. Es demasiado peligroso tener a los estudiantes apiñados en las aulas, es demasiado comprometido tenerlos en el campus. Clases y seminarios online (si hay recursos de internet adecuados, profesores bien remunerados, servicios adecuados). Laboratorios cerrados, excepto para los trabajadores e investigadores esenciales, etc. Un espacio que normalmente es un hervidero de jóvenes convertido en un pueblo fantasma. Una experiencia universitaria tradicional (inalcanzable) donde el estudiantado, al final, no está seguro de lo que obtiene. En otras palabras, ellos y todos los que conformamos la comunidad universitaria asumimos la pregunta que Noam planteó en 1995 y que se hace hoy patente para nuestra Universidad. ¿Para qué sirven exactamente las universidades? Y más aún, ¿en la era digital? Y, en particular, ¿Cómo implementar lo que la pandemia ha demostrado, al menos en otras latitudes: que otras formas de enseñar y aprender son posibles?
Todo esto en el contexto actual ha significado un quiebre, un cambio cualitativo, un punto de corte de múltiples cambios cuantitativos que se han acumulado en las últimas décadas. Parece imprescindible que la Universidad reflexione y se convenza de que el cambio, la transformación es la norma en tiempos caracterizados por investigación y docencia en un mundo que idealmente debiera ser de cooperación solidaria y estructurada en red, con una fuerte vinculación a la economía y al desarrollo intelectual, local y global (6).
El lema de la Universidad puede resumirse en el deseo de aprender, la voluntad de enseñar y la libertad y el espíritu de universalidad en el cultivo del saber. Al siglo XXI la Marca® de la Universidad se puede resumir en hacer ciencia, transmitir cultura y formar profesionales. La investigación ha sido siempre parte del ser intrínseco de la Universidad. Que ahora esté más sistematizado y sea mandatorio es diferente. Pero a través de la historia, siempre hubo producción de conocimiento fundamental en el seno universitario. Bologna y la escuela italiana, Paris y la escuela francesa (2), y posteriormente Oxford, Montpellier, Heidelberg, Salamanca, etc.
Estos elementos, son puntos de reflexión fundamentales para nuestra tricentenaria Universidad Central de Venezuela, y más en tiempos de pandemia con su capacidad de acelerar la historia a pesar del estremecimiento diario en el cual nos encontramos. ¿Qué hacer?, ¿Cómo actuar? Ofrezco mis divagaciones en relación a este tema.
Tengo la confianza de que en la Universidad Central de Venezuela asumiremos el reto que nos toca en esta época de pandemia y post-pandemia y a 300 años de fundada. No queda duda de que recuperar las condiciones óptimas de funcionamiento significará un reto enorme. Por ello, consolidar, proteger y fortalecer la generación de conocimiento y la investigación requerirá esfuerzos conscientes y concertados de parte de agencias financiadoras, comunidades académicas, gobiernos, y la sociedad en general para, de forma colaborativa, desarrollar e implementar planes a largo plazo y consolidar una Universidad con sistemas educativos y de investigación sustentables. El sector público y el privado deben ofrecer educación de calidad y pertinente, cónsona con el compromiso que la universidad tiene consigo misma, con su cotidianidad y con la aldea global.
Termino este breve ensayo reiterando que estoy convencida de que la educación superior es un bien público social, un derecho humano y universal, un deber de Estado. Un patrimonio intangible de la humanidad.