Reflexiones sobre el encuentro con el Dr. Jesús María Bianco, quien a lo largo de todas sus disertaciones académicas, durante el año que cursamos su materia, dio claras muestras de ser un sensible luchador social, muy activo, incansable diría yo, pues ya venía de haber sido diputado de la República y ex decano de Farmacia; era fuerte lo que se avecinaba en el ámbito político, porque Bianco además de académico, era un político consagrado, valiente y para decirlo en buen criollo “Echao pa´lante”, cualidades estas que constituirían el factor fundamental de lucha para el logro de la extraordinaria gesta del 23 de enero de 1958. Ha sido el único farmacéutico Rector de esta Ilustre Universidad. Se propone colocar su nombre a la Escuela de Farmacia como una forma de perpetuar en el tiempo la obra de un gran universitario.
Corría el mes de septiembre de 1955, era un lunes muy temprano en la mañana y la emoción del primer día de clases en la universidad me embargó de tal manera que hasta perdí el apetito; me levanté de la mesa en la residencia de Los Chaguaramos y busqué acceder a la suntuosa Ciudad Universitaria por el portal de las Tres Gracias; miré mi reloj: eran las 6 y 45 minutos de la mañana, tenía apenas 15 minutos para alcanzar el salón de clases “A” en la planta baja de la Escuela de Geología, donde funcionaba la Facultad de Farmacia. Jamás me imaginé que a partir de ese día, y durante los próximos 60 años, seguiría entrando de manera regular al ámbito de la Ciudad Universitaria. La primera clase del año estuvo a cargo del profesor de Botánica, quien hizo su entrada al salón de clase impecablemente vestido; era un hombre (delgado) de mediana estatura, de espesos bigotes; y lo más característico del personaje: una mirada aguda y vivaz que te dejaban la sensación de que estabas ante una persona inteligente y sagaz. Se dirigió a la tarima y con una letra nítida y casi caligráfica escribió su nombre, se dio media vuelta hacia nosotros y dijo:”Mi nombre es Jesús María Bianco”, y agregó: “aquí dentro del salón soy el profesor de Botánica, pero allá afuera, soy algo más, soy vuestro amigo”. La disertación, que en realidad fue una Clase Magistral, versó sobre el complejo acontecer universitario, hizo marcado hincapié en el concepto de Autonomía Universitaria, explicándola de manera impecable, clara, con firmeza y tratando en lo posible, de no transgredir la peligrosa delimitación que le imponía su condición de ex-presidiario de la temible Seguridad Nacional; todo ello aunado al hecho de que solo habían pasado algunos meses de haber sido rescatado de las puertas de la cárcel asentada en la isla de Guasina, en el Delta del Orinoco. Supo en su exposición, desplazarse magistralmente por toda la conceptualización académica del acontecer universitario, incluyendo una sucinta explicación de los orígenes del emblemático retorcido reloj de la UCV, obra de Carlos Raúl Villanueva y Juancho Otaola, para luego ir a escudriñar dentro de la intrincada conceptualización del ejercicio profesional del farmacéutico. Lo hizo en un lenguaje muy didáctico, delicadamente dirigido a lo que éramos: un grupo de jóvenes emocionados y orgullosos de haber comenzado a formar parte de la comunidad ucevista y que habíamos tomado la decisión de alistarnos en el mundo universitario de la Galénica. Fue ese tipo de disertación, esa que va más allá de la simple trasmisión del conocimiento, esa que te va sensibilizando y permitiendo comprender con claridad la enorme diferencia entre un “trivial expendedor de medicamentos” y un luchador social, altamente calificado, que a través del conocimiento adquirido, se transforma en un factor decisivo de cambio social, que contribuye determinantemente al alcance de niveles cada vez más depurados de la existencia humana, estamos hablando de calidad de vida. Faltaban apenas 15 minutos para finalizar la clase, cuando el profesor Bianco, mirando su reloj, exclamó, yo diría que con cierta ironía: “se me había olvidado que estamos en una clase de Botánica”, giró media vuelta sobre sus talones y escribió en la pizarra: Botánica, del griego “Botane”, que significa hierba y de inmediato empezaron a flotar en el aire del salón de clases una infinidad de palabras y conceptos botánicos; nos sentimos inmersos en el mundo de la farmacia primigenia, la farmacia originaria, la de las plantas medicinales, la de los alcaloides y principios activos naturales de donde parte todo el legado de conocimientos de la Farmacoterapéutica moderna; al final nos quedó a todos los asistentes, la grata impresión de que acabábamos de oír disertar a un destacado alumno de Henry Pittier.
Fue este, mi primer contacto con Jesús María Bianco, con el profesor Bianco, quien a lo largo de todas sus disertaciones académicas, durante el año que cursamos su materia, dio claras muestras de ser un sensible luchador social, muy activo, incansable diría yo, pues ya venía de haber sido diputado de la República y ex decano de Farmacia; era fuerte lo que se avecinaba en el ámbito político, porque Bianco además de académico, era un político consagrado, valiente y para decirlo en buen criollo “Echao pa´lante”, cualidades estas que constituirían el factor fundamental de lucha para el logro de la extraordinaria gesta del 23 de enero de 1958.
A partir de esa inolvidable fecha, arranca la era democrática del País y con ella se inicia la vida Autonómica de la Universidad Central de Venezuela. Fue una gesta bonita e inolvidable, donde resultaban indescriptibles los sentimientos que nos embargaban como estudiantes ucevistas, cuando portábamos una boina azul y un brazalete blanco con siglas en azul que rezaba UCV. Y a la cabeza de toda esa gloriosa etapa de la vida universitaria, dos gigantes, dos académicos excelsos y dignos de emular: Francisco De Venanzi, Rector y Jesús María Bianco Vicerrector de nuestra máxima Casa de Estudios.
Se inicia así la década de los años 60 y con ella me inicio yo como profesional universitario. Graduarse en la UCV, mejor dicho, graduarse en El Aula Magna de la UCV, resulta una experiencia excelsa e inconmensurable, porque son momentos únicos e inolvidables. Desde el mismo instante que penetras como graduando a ese hermosísimo anfiteatro, te embarga la sensación de que estas flotando en el aire y te vas poniendo a la par de las Nubes de Calder; y luego, cuando subes al proscenio de la tarima a recibir el pergamino que te acredita como Profesional de la República, sientes que hasta la más pequeña fibra de tu cuerpo vibra y te estremeces de emoción. Sí, el 4 de agosto de 1960 fui testigo de todas esas gratas sensaciones, al momento de recibir mi título universitario de manos del Rector De Venanzi y cuando me tocó estrecharle la mano al Vice-rector Bianco, éste hizo un gesto de deferencia hacia mi persona: me acercó hacia él, me abrazó y me susurró en voz baja “Te felicito Campeón, Bienvenido”. Por supuesto que me sentía bienvenido, porque desde ese instante era nada más ni nada menos, que colega del Vice-rector de la UCV. Ingenuamente ignoraba que luego de ese hermoso acto, venía lo mejor de la historia, porque una vez superada la euforia del grado, si bien era cierto que éramos profesionales de la República, no lo era menos el hecho de que habíamos arribado a la condición de “desempleados” también de la República y que en mi caso particular se complicaba aún más la situación, por la circunstancia de que los cargos que venía desempeñando como estudiante (Auxiliar de la farmacia del hospital Vargas o Inspector de semáforos del Ministerio de Comunicaciones o toxicólogo de galleras), eran justo eso: cargos para estudiantes y terminaban con el grado.
Judith, una compañera de grado y quien ya había firmado contrato como Regente de una farmacia en Catia, me preguntó si había recibido alguna respuesta a mis diferentes solicitudes de empleo; le contesté negativamente y me preguntó ¿Qué piensas hacer?, quemar mi último cartucho, le respondí, le solicité una recomendación al Vice Bianco, que debo pasar recogiendo ahora a las 2 de la tarde por su despacho. Efectivamente, luego de una corta antesala accedimos (Judith y yo) al despacho del Vicerrector, quien me extendió la mano y me hizo entrega de un sobre cuadrado cuyo contenido era una hermosa tarjeta con el membrete del Vicerrectorado y donde de su puño y letra me presentaba y recomendaba a un alto funcionario del entonces Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. Le agradecí el gesto al profesor Bianco, quien de inmediato señaló: “pero eso tiene un precio Campeón”, y ante mi cara de asombro, agregó sonreído: “invítenme a tomar un café, pero fuera del recinto universitario”.
Sentados cómodamente en una de las mesas del Gran Café de Sabana Grande, saboreando tres tazas grandes de café espumoso, me quedé observando que el profesor, desde que salimos de su despacho manoseaba, olfateaba y se llevaba repetidamente a la boca, un cigarrillo con filtro que jamás encendía, a ratos lo golpeaba suavemente por el filtro, contra la mesa, como quien trata de compactar la picadura, fue así como el mesonero le ofreció lumbre, que él gentilmente rechazó, aludiendo que se trataba de una nueva táctica psicológica para ayudar a dejar el vicio. En ese instante me percaté que Bianco estaba haciendo gala de su premisa de la clase inaugural: “Fuera del aula de clase, soy más que un profesor, soy vuestro amigo”. Seguí observando con curiosidad aquel personaje que tenía en frente y me preguntaba ¿Cómo, aquel hombre que fue Diputado al Congreso Nacional, Decano de la Facultad de Farmacia de la UCV, creador de la Escuela de Química, adscrita para la época a la Facultad de Farmacia y ahora, como para ponerle la guinda, se desempeñaba como Vicerrector de la UCV?, ¿quién era, repito, ese personaje que sacaba tiempo de su complicada agenda, para departir con sus ex-alumnos?. La respuesta no se hizo esperar, era que sencillamente estábamos frente a Jesús María Bianco el amigo, el que te tendía la mano, el que tenía tiempo para oírte y departir contigo, el que era capaz de realizar uno de los actos más sencillos y emblemáticos que acostumbran realizar los amigos: tomarse juntos un café. Ya casi al final de nuestra grata tertulia con el profesor Bianco, me armé de valor y le solté la pregunta que desde hacía rato me revoloteaba en la cabeza: “¿Dr. Bianco puedo hacerle una pregunta?” , por supuesto, me respondió, “¿Cuál es la vía, cuál es el camino o más concretamente, cuál es el secreto para llegar a ser una persona importante como lo es usted?”. Bianco irguió la cabeza, se acarició su espeso bigote al tiempo que cambiaba la expresión de su rostro, como quien rebusca en lo más recóndito de sus pensamientos, nos miró a la cara al tiempo que nos decía: pongan atención porque les voy a contar una breve historia:
“Imagínense una montaña empinada a cuya cima solo se accede a través de una larga escalinata; en el tope de la misma, se encuentra sentado un anciano de barba y cabellos muy blancos. Una interminable fila de personas de distintas edades y procedencia asciende lentamente por la escalinata esperando una oportunidad para hacerle una consulta al anciano, entre ellos, un joven estudiante quien, cuando le toca su turno, le hace la siguiente pregunta: ¿dígame señor, cómo hago yo para convertirme en un Gran Sabio como usted?, a lo que el anciano respondió: siéntate en el primer peldaño de la escalinata y cuando consideres que has aprendido algo importante de la vida, asciende un escalón”. Con el correr de los años alguien le haría la misma pregunta al ya no tan joven profesional. Bianco hizo una pausa y de inmediato agregó: “No está escrito el modus operandi para lograr posiciones importantes en la vida”. En ese instante nos percatamos que Bianco estaba como abstraído y su mirada perdida en el infinito, de repente se volvió hacia nosotros y colocando sus manos sobre nuestros hombros prosiguió: “Todo es cuestión de querer, de querer hacer las cosas, de querer luchar por algo, pero lo que sea que les toque emprender en la vida, aun desde alguna alta investidura, si fuese el caso, deben hacerlo bien, con cariño, con dedicación, porque al final serán juzgados y vuestro juez será la historia”; y añadió a modo de corolario: “más que ser importante es tratar de ser útil”. Siguió manoseando su cigarrillo sin encender y nos dijo: “fue un grato café, por favor regrésenme a la oficina”. Ahora estábamos conociendo a Bianco el Pensador, al hombre de ideas claras, con objetivos precisos y consciente de la gran responsabilidad que tenía por delante como primer Vicerrector de la era democrática de la Máxima Casa de Estudios del País.
Fui un iluso al pensar que el cargo de Vicerrector era el último peldaño de la escalinata profesional de Jesús María Bianco; para nada. Sus aspiraciones iban mucho más allá, tal como lo demostró cuando en 1963 lanza su candidatura a Rector de la UCV, logrando ser favorecido por el Claustro Universitario para el período Rectoral 1963-1967. Yo no pude votar porque aún no formaba parte de dicho Claustro; apenas era Instructor, pero igual disfruté muchísimo el triunfo de Jesús María Bianco como Rector. Debí incorporarme a una larga fila dentro del Aula Magna, para poder felicitar al Rector electo. Cuando me llegó mi turno, lo felicité y con una placida sonrisa me comentó: “lo logramos Campeón”. Estaba alegre, contento y acompañado en ese momento, nada más ni nada menos que del Dr. Rafael Pizani, ex-Ministro de Educación y ex-Rector de la UCV.
Con Bianco a la cabeza del rectorado universitario, se inicia una compleja etapa de la vida universitaria marcada principalmente por la llamada Renovación Universitaria que se inicia, diría yo, en 1965 y que va a ser oficializada por decreto del Consejo Universitario en 1968 bajo el nombre de “Renovación Académica” y que abarcaría todo el ámbito académico de la UCV conformado por sus 11 Facultades. La Renovación Académica de la Universidad Central de Venezuela, prácticamente se inicia con el segundo período rectoral del Dr. Bianco. Fue un proceso aguerrido y decidido a lograr una transformación estructural y académica de la universidad, acorde a los lineamientos que al respecto estableció el Consejo Universitario, encabezado por el Rector Bianco, pero que termina siendo vista como una amenaza política por el Gobierno de turno, presidido por el Dr. Caldera, quien ordena el fatídico allanamiento de la Universidad Central de Venezuela el día 31 de octubre de 1969; todo el resto de los acontecimientos es historia altamente conocida que culmina posteriormente con la creación del Consejo Nacional de Universidades Provisional, lo que precipita la renuncia del Dr. Jesús María Bianco al cargo de Rector, el 23 de octubre de 1970.
En los días siguientes al allanamiento del recinto universitario por parte de la “Operación Canguro”, la Ciudad Universitaria quedó completamente aislada y rodeada por las fuerzas militares, y los profesores, lo más cercano que podíamos llegar, al menos en el caso de Farmacia, era hasta la acera de enfrente del Paseo Los Ilustres. Uno de esos días, a media mañana recibí una llamada del profesor de Galénica I, el Dr. Carlos Felipe Picón. Luego de identificarse y saludarme, me dijo, “Miguel Angel, espérese un momentito que el Dr. Bianco desea hablarle”; de inmediato oí cuando el Rector me decía: “Hola Campeón”, le respondí: “Hola Rector en que puedo servirle”. “Me dice Carlos Felipe que tú eres familia del Dr. Rafael Naranjo Ostty (Director del escritorio de abogados del mismo nombre)”. “Eso es correcto Rector”, le respondí. “Podrías acercarte hasta mi casa mañana en la mañana?”, “Con mucho gusto Rector, mañana estaré allí”. Al siguiente día, luego de dos requisas en la calle la Paragua de Cumbres de Curumo, pude acceder a la Qta. Bianisa, residencia de los Bianco Colmenares. El Rector estaba reunido con un grupo de profesores y amigos cercanos; me sorprendió la expresión de su rostro, ya no era el Bianco jovial, se le veía serio, muy serio, yo diría que muy preocupado y no era para menos, dada la magnitud de lo que le estaba sucediéndo a la Universidad, como el mismo lo dijera: se había pisoteado la Autonomía y la Dignidad Universitaria y posiblemente su gran experiencia académica y política, le hacían presuponer lo que estaba por venir.
Jesús María Bianco, el profesor Bianco o Chucho Bianco, como le decían sus allegados, fue un luchador incansable, fogoso y extraordinario estratega, que llevaba la universidad por dentro y por eso la sentía y por eso era tan sensible a los padecimientos del Alma Mater, de la Casa Grande, como a veces la llamaba, era un Universitario de los de Boina Azul. A veces me pregunto ¿Cuál sería la reacción de un Jesús María Bianco, ante esta desbastada Venezuela que actualmente vivimos?
Con mucha frecuencia recorro gran parte de nuestra Ciudad Universitaria, como una manera de adosar de forma indeleble a mi memoria, las imágenes de la Gran Obra Maestra de Carlos Raúl Villanueva y los demás artistas que engalanan El Patrimonio Cultural de la Humanidad. Cada vez que hago el recorrido, involuntariamente, sin quererlo, se desarrolla en mi mente una secuencia de acontecimientos, que describen muy sucintamente más de 60 años de vivencias universitarias y puedo asegurar que jamás, en todo ese largo peregrinar universitario, me había sentido tan triste, tan deprimido, tan frustrado, impotente y con tanta soberbia, como me he sentido últimamente cada vez que hago mi rutinario recorrido; y pienso en mi País, en mi Universidad, la que vencía las sombras y que hoy se encuentra impotente ante esta Grosera Oscuridad que nos arropa. A objeto de controlar el impacto emocional de toda esa andanada de grotescos indicadores, sobre mí ya no tan joven humanidad, trato de circunscribirme a mi área de desempeño y me sumerjo en el tema de Los Medicamentos; es perverso lo que está sucediendo, porque se está jugando con la vida de los segmentos más postergados de nuestra sociedad, que son doblemente azotados, primero por la cantidad de Necesidades Básicas Insatisfechas a que están sometidos y el cual es un indicador de pobreza; y luego por la inaccesibilidad a los medicamentos más esenciales. Hace unos pocos años atrás, en La Organización Mundial de la Salud, se manejaban algunos indicadores preocupantes, como por ejemplo, que un tercio de la población mundial (algo más de 2.000 millones de personas) no tienen acceso regular a medicamentos y que en los países muy pobres, esta cifra puede elevarse hasta el 50%. Pues en nuestra querida Venezuela, el 80% de la población no tiene acceso ni regular ni irregular a los medicamentos y lo más grave es que los mayormente afectados son los segmentos más vulnerables de la población: ancianos, niños y mujeres embarazadas. No es otra cosa que una condena a muerte anunciada y si lo extrapolamos al resto de los segmentos sociales, políticos y económicos que conforman “El Todo” como país, estaremos ante un mega-problema de dimensiones descomunales, jamás visto en la historia contemporánea de la que fue Venezuela. Entonces ¿Cuantos Jesús María Bianco, cuantos Francisco De Venanzi o cuantos Rafael Pizani, por nombrar algunos, necesitaremos para que nos ayuden a encontrarle lógica a esta barbarie sin razón que nos azota tan perversamente?. Yo no lo entiendo y me gustaría poder tener acceso a algún asidero conceptual, que me pueda guiar para comprender a quién me estoy enfrentando, ¿por qué y por quién estamos siendo desbastados?, para luego entonces, poder establecer una estrategia que nos dé la oportunidad de salvar lo poco que nos queda de país.
He oído decir con mucha frecuencia, que una de las fórmulas más efectivas para atenuar esta ”sin razón” que se devora a nuestra Venezuela, es trabajando duro y haciendo bien lo que sabes hacer. En mi caso particular, desde hace ya algún tiempo y en compañía de un excelente grupo de profesionales, hemos venido trabajando duro y modestia aparte, lo hacemos bien, yo diría que muy bien, porque SALVAMOS VIDAS, elaboramos Sueros Antiofídicos y Antiescorpiónicos, según los entendidos, se salvan más de 7.000 vidas al año con nuestros productos, pero particularmente yo pienso, que no es suficiente trabajar duro y hacerlo bien, que hay algo más que debemos emprender, que yo desconozco, pero que intuyo que debemos aplicarle la misma capacidad analítica y resolutiva con que cada uno de nosotros cumple con el sagrado deber de “hacer muy bien lo que sabemos hacer”. No tengo la menor duda de que debemos hurgar más en el comportamiento de nuestros grandes maestros para copiarnos el arrojo y capacidad analítica de un Jesús María Bianco y la sensatez e instinto de búsqueda de un Francisco De Venanzi; esas, entre otras estrategias, que nos den la inspiración, la sabiduría y el coraje necesario para salvar de una vez por todas nuestra querida Universidad Central de Venezuela.
Ya para terminar deseo referirme a un aspecto muy importante de la vida de nuestro querido amigo y profesor Bianco: su vida profesional: Jesús María Bianco fue un excelente e intachable profesional de la Farmacia, que se ganó el cariño y respeto de todos sus colegas y alumnos y ha sido el único farmacéutico Rector de esta Ilustre Universidad, lo que nos ha llenado de orgullo a todos sus colegas y amigos y fueron esas cualidades profesionales, aunado a su gran sensibilidad social lo que lo llevó a comprender que en el área de su desempeño profesional, se hacía necesario romper paradigmas a objeto de lograr un nuevo profesional farmacéutico. Debería ser alguien con acentuados rasgos de luchador social, pero sobre todo era imprescindible que se entendiera que el concepto de salud, es mucho más complejo y va más allá de la simple ausencia de enfermedades; porque tiene muchísimo más que ver con un óptimo desempeño del individuo en un hábitat, también de óptimas cualidades, donde la congruencia de factores obliga a que la búsqueda de soluciones sea también multifactorial; que sea plural, pero con un denominador común: allanar el camino hacia la consecución del mayor bienestar del ciudadano común, entiéndase del PACIENTE, como una forma eficiente de garantizar una mejor calidad de vida colectiva, para que al final terminemos convencidos; y sin lugar a dudas, que el enemigo a vencer, más que las patologías propiamente dichas, más que arribar al nuevo concepto integral de SALUD como un todo social, es la lucha por la eliminación de todas esas desigualdades injustas, no deseadas, pero evitables al fin, que impiden alcanzar un nivel razonable de equidad; en otras palabras, no es nada más ni nada menos que la lucha por la erradicación de la POBREZA. La activación de todos esos receptores de sensibilización humana dirigidos hacia el logro de una mejor conceptualización social, debe y tiene que formar parte del quehacer académico de nuestra máxima Casa de Estudios, tal y como lo hacía magistralmente desde su tarima de clases y desde su quehacer universitario, Jesús María Bianco. Fue justamente esa forma de pensar, ese comportamiento profesional y académico, lo que nos llevó, a un grupo de profesores de la Facultad de Farmacia, en las postrimerías de mi periodo Decanal (1978-1981) a proponer el nombre del Dr. Jesús María Bianco para designar la Escuela de Farmacia de esa Facultad, como una forma de perpetuar en el tiempo la obra de un gran universitario, de un gran farmacéutico, de un excelente académico y de un buen amigo.