Adiós a un grande

Ricardo Antequera Parilli
Ricardo Antequera Parilli
Carlos Fernández Ballesteros


Presidente del Instituto Uruguayo de Derecho
de Autor - IUDA
Ex-Subdirector General de la OMPI
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Así lo califiqué, al presentarlo en uno de los tantos y tantos congresos, conferencias, cursos, foros, talleres y simposios que juntos organizamos para la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), bajo su inspiración y empuje, a lo largo y ancho de América Latina; estábamos esa vez en su tierra, Caracas, donde, parafraseando las memorables palabras que Rodó dedicó a Bolívar, dije de él: “Grande en el pensamiento, grande en la acción…”

Porque Ricardo Antequera Parilli fue un grande, en la vasta extensión de la palabra, en todas y cada una de las actividades y empresas que propulsó y acometió en el área del derecho de autor, donde reinó con radiante esplendor como pensador, abogado, profesor, ensayista, escritor, tribuno, disertante supremo, organizador de eventos, promotor de acciones en favor de la enseñanza y la difusión de la materia en todos los países de nuestra región; paladín del IIDA cuya imagen promovió y prestigió en todos los ámbitos, elevándolo al reconocimiento internacional que hoy goza, donde se ganó para siempre la calidad de Presidente de Honor.

Certero en sus juicios, polemista agudo y tenaz, cautivante en el decir–no en vano se lo llamó alguna vez “la voz de terciopelo de la OMPI”, a lo cual mucho abonaron sus dotes innatas y admirables de cantor afiatado y de eximio ejecutante del “cuatro”, la pequeña guitarra venezolana que llevaba consigo al aula, para explicar las distintas facetas de la protección de las obras musicales– investigador profundo, estudioso incansable, derrochador en el esfuerzo, pródigo en la producción de la más amplia bibliografía que sobre la propiedad intelectual, particularmente en derecho de autor y derechos conexos, jamás produjera en idioma español tratadista alguno.

Se le reconoce como el más grande, preciso y claro expositor que viera nuestra América en los últimos treinta años, captando la sumisa atención de cuanta audiencia ante la cual se enfrentó, subyugando a los miembros de la judicatura con la profundidad y volumen de sus conocimientos, transmitidos con claridad y seguridad supremas. Sus juicios se tornaban inapelables cuando los vertía con la cadencia de su voz inolvidable.

Fue el profesor universitario por antonomasia, al cual hoy lloran varias generaciones de abogados y estudiosos de la ciencia jurídica que abrazó con pasión y dedicación sin límites, dejando su huella en los innumerables posgrados y maestrías que lo tuvieron como eje conductor, desde su cátedra en Barquisimeto, el posgrado de la Universidad de los Andes en Mérida, el posgrado de la Universidad de Buenos Aires y la Maestría de la Austral en la misma ciudad, pasando por las numerosas universidades latinoamericanas que lo distinguieron como profesor honorario, tal como sucedió en la Universidad Católica de Guayaquil el año pasado ante nuestra presencia.

Fue grande como asesor, en cuya seguridad y agudeza de juicio se refugiaron desde la humilde sociedad de autores latinoamericana hasta las más poderosas corporaciones de productores y titulares de derechos, que delegaron en él la defensa de sus intereses.

Por muchos años fue el gran consultor que tuvo la OMPI en toda América Latina, donde son pocas las leyes de derecho de autor que no llevan la impronta de sus soluciones jurídicas, único latinoamericano que condujo además de manera reconocidamente inigualable, la Academia anual de la OMPI en idioma español.

Grande, verdaderamente grande, lo fue como gran ideólogo y dinámico coordinador de los Congresos Internacionales sobre los derechos intelectuales (del autor, el artista y el productor), que la OMPI organizara anualmente en distintos países de América Latina, desde 1986 hasta 1997, además de los Congresos Iberoamericanos, organizados conjuntamente con los gobiernos de España y Portugal y el IIDA, que tuvieran lugar en 1991 (Madrid), 1994 (Lisboa) y 1997 (Montevideo), así como el último llevado a cabo en Panamá (2002), con el gobierno de este país como co-organizador; plasmados todos ellos en libros de hasta dos volúmenes que constituyen una de las más ricas bases bibliográficas sobre derecho de autor de Hispano e Iberoamérica, en lengua española.

Fue el más grande recopilador de jurisprudencia en la materia que vieron y disfrutaron nuestras tierras americanas, convirtiéndose en el académico y doctrinario más actualizado de nuestro continente. Su obra ha quedado plasmada en la gran base de datos jurisprudencial del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC), de consulta permanente por estudiosos y especialistas de nuestro continente y allende los mares.

El advenimiento de la tecnología digital que tanto ha impactado al derecho de autor y sus instituciones, le permitió convertirse en el más grande especialista en cursos virtuales, de lo cual es ejemplo vivo el que organizó para el CERLALC, hoy requerido desde todos los confines de la región, del cual fue coordinador académico, además de tutor y formador de tutores, al que dedicó sus mejores esfuerzos y energías hasta el fin de sus días.

Fue grande como abogado, en su patria y fuera de ella, fundador y socio principal de uno de los más prestigiosos estudios jurídicos en propiedad intelectual de Venezuela y del continente –Antequera Parilli, Rodríguez y asociados– donde lo continúan sus dos hijos, Ricardo Alberto y Ricardo Enrique, que fueron su orgullo y alumbran con luz propia su ilustre apellido.

Como siguió diciendo Rodó del Libertador, fue también “grande en la gloria...” sin abandonar un instante, a pesar de los permanentes reconocimientos, los lauros y distinciones alcanzados y el prestigio ganado a lo largo de su nutrida carrera, su jovialidad y profundo sentido de la amistad, junto a su compañera inseparable Marisol, a quien tanto amó, que estuvo junto a él hasta el final; virtudes que nos hacen añorarlo y llorarlo como amigo y compañero de sueños e ideales.

Pero también supo ser –tal como Bolívar y siempre según el gran pensador uruguayo– “…grande en el infortunio….” cuando en los últimos años el nuevo gobierno de su patria – donde una vez se le tributara el más grande de los homenajes en el Congreso organizado por la Universidad de Isla Margarita en el 2004– desdeñó sus conocimientos y enseñanzas y lo sometió al escarnio público por considerarlo gratuitamente como agente de un supuesto “totalitarismo extranjero”, en tanto que consultor de corporaciones transnacionales. De esa incómoda e injusta situación lo rescató la comunidad internacional, particularmente Artistas Intérpretes, Sociedad de Gestión (AISGE), donde se le publicaron sus últimas obras y se constituyó en asesor permanente para el reconocimiento y consagración de los derechos intelectuales de los actores sobre sus interpretaciones y ejecuciones audiovisuales.

Y fue grande en la partida, lo atestiguamos quienes estuvimos siguiendo de cerca la penosa evolución del mal contra el cual luchó tenazmente y con fe hasta el final, que lo encontró en plena potestad de sus facultades intelectuales, con una capacidad de trabajo digna de un ser superior, entregado plenamente a cumplir con sus múltiples responsabilidades y a su pasión de autoralista de ley,

Por todo ello, Ricardo se ganó, desde hace mucho tiempo atrás, un lugar de preferencia en el corazón de muchos cientos de amigos, colegas y alumnos que lo conocieron, amaron y admiraron, grande para la amistad y la solidaridad, acercando siempre su risa contagiosa y su abrazo fraterno.

Hoy, instalado definitivamente, más temprano de lo que hubiéramos querido y esperado, junto a su mentor Ulrich Uchtenhagen –que le había otorgado el justo título de “el Olímpico”– y a sus colegas y amigos Antonio Delgado y Gabriel Larrea Richerand, Ricardo Antequera Parilli es y será para siempre Grande en la eternidad, desde donde su obra inconmensurable iluminará más aún nuestro camino y nuestra lucha.

¡Adiós hermano!