Doctor en Ciencias Sociales (UCV), Profesor Titular (J) de la Universidad de Carabobo, Profesor Titular del IUSPO y Director del Centro de Investigaciones Populares (CIP).
Estamos hablando de una investigación. No se trata de decir qué es la violencia sino de una investigación empírica. Empírica en el sentido de que es una investigación sobre la realidad, sobre la experiencia. Este trabajo se le propuso al FONACIT hace cuatro años. Al FONACIT hay que entregarle el proyecto y estos proyectos son entregados a su vez por el organismo a evaluadores secretos los cuales evalúan el proyecto según sus criterios. Pero, como este proyecto está hecho según criterios muy novedosos, ellos no comprendían que se fuera a hacer una investigación con una sola historia-de-vida o dos. Nos dijeron por tanto que no podía ser; que el proyecto estaba muy bueno, que era estupenda la idea y demás, pero que eso de una investigación con dos historias-devida no podía ser por el asunto de la representatividad. No comprendían que el método no encaja en los parámetros clásicos de muestra y población porque sigue otras vías, y empezaron a proponer cantidades. Nosotros dijimos: pues vamos a aprovecharnos, vamos a poner quince historias-de-vida para que se queden tranquilos y veremos qué nos aportan. Hicimos, pues, quince historias-de-vida. El resultado han sido cuatro volúmenes, 1200 páginas en total, de informe. El trabajo de investigación nos ha tomado cuatro años, tres en la investigación empírica y uno en la elaboración del informe.
La idea era trabajar en algo que no se ha hecho en Venezuela. En Venezuela se ha trabajado mucho acerca de la violencia; existen muchos trabajos publicados en los que se habla de datos estadísticos, de poblaciones, de efectos sobre la sociedad y otros, pero nadie se había planteado la pregunta de qué hace que un malandro popular venezolano sea malandro. O sea, qué tiene dentro de él para que su vida se encamine por la violencia delincuencial, que es la que nosotros hemos enfocado.
Hablamos de violencia delincuencial, la que se refiere al delincuente violento. Y cuando hablamos de violencia, hablamos de violencia causal de muerte. Nos estamos refiriendo, pues, al delincuente asesino o que ha asesinado varias veces. Tenemos un delincuente que ha asesinado quince veces y tiene 18 años apenas cumplidos. Y el tipo mata en la cara a la gente. Para decirles un caso.
Se quería develar qué hay dentro del delincuente venezolano popular que lo encamina por esa vía y, por lo tanto, qué posibilidades hay de pensar en medios preventivos y en medios correctivos si es que se encuentran.
Nuestra conclusión es bastante deprimente: los verdaderos delincuentes que hemos encontrado no tienen por dónde aferrarlos, o sea, no se ve manera eficaz de producir una regeneración total en ellos.
Hablamos del delincuente violento popular, no hablamos de la clase alta, y entendemos por popular también la clase media porque la estructura psicosocial y antropológica es la misma.
En esta investigación se quiso establecer además cómo el mundo-de-vida popular – que es lo que en el CIP hemos venido investigando– con sus características, está o no presente en el delincuente criminal de origen popular. O sea, ¿el delincuente criminal de origen popular, al hacerse delincuente, deja de pertenecer a la cultura, al mundo-de-vida popular y es una cosa aparte, toma mecanismos de tipo moderno, por ejemplo? Y si sigue perteneciendo al mundo-de-vida popular, ¿cómo se relaciona la estructura delincuencial con los significados propios del mundo-de-vida popular? Porque los significados propios del mundo-de-vida popular venezolano que son la convivencia, la relación interpersonal, etc., parece que no debería producir este tipo de delincuencia que tenemos actualmente. Entonces, la pregunta es: ¿El delincuente se separa de su cultura de origen, de su mundo, construye otra cosa o hay una manera en que los mismos significados del mundo-de-vida popular pueden generar personas delincuentes y de qué manera pueden hacer eso?
Esa es la investigación nuestra fundamental. La investigación realizada hasta ahora en el CIP ha buscado conocer al hombre popular venezolano y desentrañar cuál es su existencia desde la cultura popular. Hecho este primer trabajo de base, se nos abre el camino para plantearnos preguntas de tipo más específico: la delincuencia, la economía, la educación, etc. Luego de haber estudiado lo general, ir viendo lo particular.
Así, pues, para esta investigación seleccionamos quince historias-de-vida para calmar a los dudosos evaluadores. De estas quince historiasde-vida, catorce son de delincuentes criminales o que han estado muy cerca del crimen. O sea, todos han estado incursos en el crimen, pero algunos lo esconden. Encontramos en una historia-de-vida exactamente lo contrario y la tenemos ahí precisamente para el contraste; una historia-de-vida de una persona en la cual se dieron todas las condiciones para que fuera delincuente y no sólo no es delincuente, sino que tiene una función social muy interesante e importante, de sacrificio por el bien social, etc. ¿Qué pasó ahí?, es una pregunta importante.
Las otras catorce historias son de delincuentes, pero entre estos delincuentes nos salieron dos militares y eso nos permitió hacer un estudio en particular de la violencia delincuencial militar. Es interesante que estos dos cuando salen de la milicia –uno de la guardia y otro del ejército–, no cometen asesinatos; siguen siendo delincuentes, pero de otros delitos, y por eso están en la cárcel. Antes de entrar en el ejército, no matan; después de salir del ejército no matan; matan cuando están en la vida militar. Eso nos llevó a un estudio de la violencia militar y encontramos cómo cuando estos personajes comenten asesinatos en su condición de militares, toda la estructura militar, desde el presidente de la república hasta abajo, se coaliga para que no sean castigados. Y eso sucede. No es una cosa accidental. Esa es la norma de la institución militar. Eso es lo que hemos descubierto: es la norma. O sea, es lo que uno tiene que esperarse a menos que sucedan algunas cosas de tipo muy particular que impidan que esta norma se dé. Uno tiene que esperarse que el militar que asesina sin razón dentro de la vida militar, no va a ser castigado, ni siquiera sancionado propiamente; si acaso sanciones de una semana, simplemente sanciones simbólicas.
Entre las otras doce historias-de-vida hallamos variaciones muy interesantes. Encontramos, por ejemplo, dos delincuentes que se recuperan. Esto no contradice lo que dije antes. Ya les voy a explicar por qué estos se llegan a recuperar. Dos que dejan la delincuencia violenta, la violencia. Y esos dos nos dicen cómo se hace para dejar la vida delincuente, cuáles son los factores que intervienen ahí y cuáles condiciones tiene la persona que se recupera.
Nos quedan diez. De esos diez, dos no son asesinos directamente, sino que son fundamentalmente drogadictos, y en función de la droga cometen el delito. O sea, no son asesinos de por sí. Asesinan, pero es a razón de la droga. Esto es muy importante porque también nos dice que hay otro tipo de delincuente, el que delinque por la droga. Y es un tipo de delincuente que, si se le logra sacar de la droga, deja de ser delincuente. O sea, no es un delincuente que se droga, --porque todos los delincuentes se drogan-- sino que es un drogadicto que delinque. Es importante esta distinción. Hay uno que no sabemos si se va a recuperar o no y las características personales y demás que tiene, nos dicen que probablemente no va a dejar el delito.
Entonces, nos quedan ocho. Estos ocho son auténticos delincuentes. Pero entre estos delincuentes nos sale algo muy interesante, nos salen tres clases de delincuentes asesinos: el asesino viejo o antiguo, el asesino medio y el asesino nuevo. Distinción por edades pero sobre todo por el período histórico en que se forman como asesinos correspondiente a los años que tienen.
El asesino viejo o antiguo o a la antigua, se forma como tal entre los años cincuenta y sesenta. El típico se llama José, nombre ficticio como todos los que usamos. Tiene 65 años de edad en este momento. Tiene que haber matado como a diez o doce. Representa una manera de ser asesino.
Hay otro que tiene 35 años; o tenía, porque lo mataron. No se pudo terminar de hacer la historia pero lo principal de la misma ya estaba realizado. Es lo que llamamos asesino medio, porque anda entre la edad de los 30 ó 40. Tiene otras características.
Finalmente, los asesinos nuevos que son los actuales, los que tienen entre los 18 a 20 años; hasta los 25. Estos conforman otra característica. Tienen otra manera de ser.
Así pues, el hecho de que nos obligaran a trabajar con muchas historias-de-vida, nos permitió una variación que no hubiésemos conseguido con una sola. Pero esa sola historia –y eso es lo más interesante desde el punto de vista metodológico, del método de investigación específicamente-- nos dice lo que todas las demás dicen. Es decir, para determinar las características del asesino violento nos hubiera bastado una. La investigación demuestra que una sola era suficiente. Ahora, las variaciones, esa es otra cosa. El número lo único que introduce son variaciones, pero no lo que nosotros estábamos buscando que es: lo común a todos los individuos, lo que los constituye. Para eso, una sola historia hubiera sido suficiente.
De estos asesinos, a unos los hemos contactado fuera de la cárcel. Eran delincuentes, fueron encarcelados y continúan siendo delincuentes. Por ejemplo, el viejo al que le hice la historiade-vida, que la hice yo porque lo conozco desde hace mucho tiempo, al final me robó el grabador. Me robó el grabador y se fue. Así se interrumpió la historia, pero ya estaba hecha. Hasta tuvo la delicadeza de mandarme el cassette. Seguro que necesitaba vender el grabador para adquirir drogas, lo poco de droga que consume.
A otros ha sido en la cárcel. Tenemos gente de Maracaibo, tenemos gente de Miranda, de la zona de Barlovento, de Los Teques y de varios lugares.
Al margen de lo que era la investigación nuestra--ustedes saben que eso tiene la investigación de bueno, que le salen ramas por todos lados, cantidad de temas que de ella se derivan--, así como les he hablado de la violencia militar, que no la buscábamos, o sea, que se nos presentó, el estudio de las historias-de-vida nos desnuda completamente todo el sistema judicial y carcelario de Venezuela a través de sus propios actores: cómo son las relaciones de la delincuencia con la policía, por ejemplo, cómo es la estructura de la cárcel, cómo se aplica la justicia, cómo funciona la corrupción, y otras cosas. El horror de la cárcel, por ejemplo. Nadie tiene idea, del horror que son en realidad las cárceles por mucho que de ellas escriba la prensa. Uno de nuestros suujetos –debe ser una frase que se repite entre ellos– la llamó “cementerio de hombres vivos”. Fíjense qué buena es la frase. Me recordó unos versos de Calderán de la Barca en La Vida es Sueño “… una prisión oscura que es de un vivo cadáver sepultura”.
Pasemos ahora a exponer algunas de las conclusiones a las cuales hemos llegado.
La primera y fundamental es que hemos encontrado que esta delincuencia violenta popular se constituye en una forma-de-vida. No es una conducta, no es un hábito, no es una orientación vocacional. Es una forma-de-vida. O sea, toda una estructura que pertenece a la persona, pero que existe en todos de la misma manera, de tal manera que esas personas la tienen en cuanto se meten en esa forma-devida. Los dos que se recuperan no pertenecen a esa forma-de-vida, pasan por la forma-devida, pero esa forma-de-vida no los constituye por dentro; están siempre como al margen, a la orilla. Y por ahí es por dónde se recuperan, porque nunca se integraron plenamente a los significados que constituyen la forma-de-vida “violencia delincuencial”.
Desede ahora leeré algunas partes del informe, sin indicarlo para no hacerme pesado, y añadiré algunos comentarios según sea el caso.
Vistas desde la vida social que vive la gran mayoría de las personas, una vida regida por normas aceptadas de convivencia, las historias de estos sujetos dejan una clara impresión de irracionalidad. Tanto sus conductas aisladamente consideradas, como, principalmente, el sentido sobre el que está construido y por el que discurre todo el curso de la vida de ellos, se ubican fuera de los parámetros que la razón humana ha desarrollado a lo largo del proceso histórico de humanización y que se han mostrado como indispensables para que los hombres puedan vivir juntos sin grandes riesgos para el mantenimiento de su existencia. Sin embargo, si se las ve desde dentro de ellas mismas y de los propios actores, si penetramos en el interior de su manera de ubicarse éstos como vivientes y nos detenemos a considerar las reglas de producción de su vivir cotidiano, hallamos un principio de organización en unidad de sentido de sus múltiples acciones, experiencias y conductas que dota a unas y otros de una racionalidad interior, de una ilación lógica de su todo vital, de una estructura no contradictoria de su estar en el mundo, de un sentido y un sistema de significados que conforman una manera específica de vivir. A esta integración en unidad la llamamos formade-vida.
Eso es lo que decimos que es una forma-devida. O sea, toda una racionalidad, toda una organización de significados. Significado quiere decir sistema de ideas, de valores de motivaciones, de inclinaciones, organizado. Los significados constituyen a la persona. Por ejemplo, para los creyentes la existencia de Dios es un significado fundamental que implica valores, implica ideas y que constituye a la persona. Junto a ese significado e integrados con él, van otros que van a contituir la forma de la religiosidad.
La forma-de-vida, por tanto, constituye una totalidad práxica, conceptual, vivencial e incluso semántica –del significado que le dan a las cosas, porque le dan un significado distinto del que le damos nosotros– un modo de existencia, un estilo de vida, un sistema concreto de condiciones de vida, una forma de interactuar en la sociedad, una manera de hacer, una actualidad y posibilidad de ser --un ser real, cómo son ahora y cómo pueden llegar a ser--, el discurrir de un proceso en el tiempo. No es un accidente de una vida, sino una estructura que forma totalmente una vida.
Es una conclusión a la cual hemos llegado a partir de las historias-de-vida.
Fíjense bien que se habla mucho en la literatura en general sobre forma de vida en cuanto algo es designado como tal, pero en ninguno caso van a encontrar qué la define. Por primera vez, creo, la hemos definido a partir de las experiencias. Esto era algo que nos faltaba en nuestro trabajo. Nos habíamos encontrado con esto en varios casos. Por ejemplo, en una investigación que hicimos sobre una congregación de monjas encontramos cómo la vida religiosa se constituía en una forma-de-vida, pero no lo habíamos definido. Esta investigación nos lleva a esta definición.
Hemos encontrado, pues, que la violencia delincuencial no es un conjunto inarmónico, ni una sucesión inconexa de conductas y acciones, sino toda una forma-de-vida que se desarrolla y se despliega en el tiempo como historia, como la historia-de-vida de los delincuentes violentos.
Un segundo punto importante es que la formade-vida “violencia delincuencial” no es una condición estrictamente singular de cada sujeto; la forma-de-vida es común, es de grupo. Los que no forman parte del grupo de delincuentes, que a lo mejor cometen acciones propias del grupo pero que no están identificados plenamente con este forma-de-vida, no forman parte del grupo aunque hayan cometido acciones que hace también el grupo. Este es el caso de los dos que dijimos que se han recuperado e incluso de los drogadictos. Esos forman parte de otros grupos.
Esta forma-de-vida se halla ubicada antropológicamente en el mundo-de-vida popular venezolano. Eso es otra cosa que encontramos. Al principio nos pareció que esto no era del mundo-de-vida popular venezolano. El estudio a fondo nos mostró que esta formade-vida pertenece como desviación al mundode-vida popular venezolano; de él hemos seleccionado los sujetos para nuestro trabajo pues la finalidad del mismo era, precisamente, comprender al delincuente violento popular venezolano desde sus propias claves de interpretación. El mundo-de-vida popular venezolano está constituido por un sistema de significados sostenidos sobre unas prácticas comunes a todos los convivientes del mismo, sostenidas a su vez sobre una práctica primera de la que todas las demás reciben el sentido y que actúa como centro dinámico de organización que conforma como mundo total la vida de las comunidades populares venezolanas. Esta práctica primera, conformadora del mundo-devida, es la relación convivial del tipo materno, matricentrada.
Ahora bien, los significados que constituyen a la violencia delincuencial en forma-devida dentro del mundo-de-vida popular se caracterizan por ser maneras desviadas, trasgresoras, distorsionadas, enfermas, fuera de la norma, extralimitadas, pero no negadoras, del vivir los significados populares. Toman los significados populares, porque ellos son populares, pertenecen al mundo-de-vida popular, y los distorsionan, los transgreden, los desvían, pero siempre desde el mismo sentido popular.
Los elementos que hemos encontrado y hemos ido señalando en el análisis de las diversas historias forman una larga lista de los significados y las características de la que les doy a continuación una muestra:
Todos estos componentes, además de apoyarse unos a otros, especificarse, delimitarse los unos a los otros, están integrados en unidad de sentido por lo que podemos caracterizar como el significado central que unifica todo, da sentido y lo convierte en una estructura: Centralidad autoreferente del yo subjetivo expansivo y sin límite como proyecto vital. Este es el proyecto de vida, aunque no lo hayan pensado. Es sobre todo inconsciente. Se les descubre en la historia. Tampoco esos rasgos de los que hemos hablado son cosas que necesariamente están conscientes en ellos. Son vividas como naturales, espontáneamente, están en la historia-de-vida.
Otra de las manifestaciones es la rebelión a la autoridad desde chiquitos. Siempre fuera de normas y de límites.
Hay un aspecto que es un significado que a veces se dice que lo tiene el venezolano popular, pero que en realidad en las historiasde-vida de personas normales nosotros no lo hemos encontrado, que en estos sí está muy acentuado y es el sentirse o el vivirse como juego del destino.
En este ámbito de absoluta arbitrariedad egocentrada en el que discurre su vida, el delincuente, en aparente paradoja, se siente juguete del destino. Él es absolutamente arbitrario, pero no es él el culpable; es el destino. Juguete del destino, de una fuerza anónima y externa que lo domina y rige su exiostencia, lo que a su vez le sirve de excusa por sus crímenes en cuanto elimina, o por lo menos reduce, su culpabilidad ante los demás. El destino libera de toda responsabilidad. No ante sí mismo, pues a ellos el crimen no les produce ningún sentimiento de culpa, es más bien una hazaña. La aparente total libertad de acción, en cuanto escapa a todo control, conforma una forma-devida muy rígida y de la que el sujeto no puede salir, a la que se siente atado indisolublemente. La máxima libertad para hacer lo que les da la gana y sin embargo una máxima esclavitud a esa libertad, porque no pueden dejar de hacer las cosas arbitrariamente; eso es lo que se llamaría el destino. Ellos lo llaman “la vía”. No es en la realidad de la existencia cotidiana donde nuestros delincuentes encuentran el destino, sino precisamente en la extralimitación, en el rechazo de todo control y en la entrega desenfrenada a la realización del deseo. Eso los arrastra, los domina, los envuelve y se percibe como una fatalidad ineludible: “Si quiero tal cosa, la hago”. Y sin embargo, eso ellos lo perciben como destino, como que si estuvieran obligados a ello.
¿Qué es “la vía”? Ante todo “la vía” se da en el espacio urbano, no en el rural –tenemos uno de origen rural y no usa ese término– en el espacio de la calle de la ciudad. Es un concepto construido sobre la referencia al espacio físico urbano, pero no es algo estrictamente físico, sino fundamentalmente un espacio humano, afectivo, relacional y en un sentido popular, educativo –en el sentido de aprender a ser delincuente violento– y ético; pero fuera de lo que sería la normalidad de cada uno de esos términos. “La vía” es al mismo tiempo la calle y la corriente de la vida que se va viviendo fuera de la norma social, afectiva, relacional y ética, fuera de la familia. Una corriente de vida que en buena parte ya no depende de uno, que está fuertemente determinada por factores independientes de la propia voluntad y de la propia libertad. “La vía” es lo que le acontece a uno, lo que le sucede y lo que sucede de por sí; lo que acaece y va acaeciendo como inesperado; no tanto lo que uno hace. Implica un componente de fatalidad.
Es verdad que el sujeto se mete en “la vía” por decisión propia, pero una vez en ella, “la vía” lo va llevando. Así él crece en “la vía” que lo lleva; en ella aprende, se educa en lo propio de “la vía”: cómo defenderse, cómo robar, cómo conseguir los recursos de todo tipo, cómo destacarse y dominar, etc., y en ella se forma guiado más por las circunstancias que por las decisiones personales. Uno no sabe lo que le va a pasar en “la vía”.
La relación popular venezolana al estilo de familia matricentrada es de corto alcance, limitada a los cercanos y excluyendo a los extraños, pero amplia y abierta a la ampliación. Esto es lo típico popular venezolano. El delincuente lleva esta característica hasta el extremo, de modo que la relación se cierra en un grupo pequeño y vinculado por el afecto momentáneo, no duradero, fugaz y lábil, pero muy fuerte. En el momento, dentro del grupo de delincuentes, uno es capaz de dar la vida por el otro. Así se constituye la banda.
La banda del delincuente popular venezolano es completamente distinta de las bandas que vemos en las películas y en la literatura que de ellas trata, que son organizadas.
La banda se constituye como grupo de convivientes, no como conjunto de compinches que se ponen de acuerdo para una acción, una tarea o un proyecto; no coalición de intereses, sino grupo de vida, grupo de relación personal, netamente popular venezolano. Aún cuando se puede formar por intereses, no subsiste sino transformándose en grupo de amigos; tanto en la cárcel como en “la vía”. El ambiente da un matiz a la forma del grupo pero el significado de fondo es el mismo. Se forma de muy distintas maneras y con diversos orígenes: los paisanos tienden a unirse con los paisanos, en la cárcel por ejemplo. Así mismo, los que se reconocen como vecinos de un mismo barrio o de su cercanía. Los que han compartido experiencias de cualquier tipo se juntan porque ya se conocen. Es el sentido de pertenencia, aunque difuso, lo que constituye la base de la afinidad. Los que de alguna manera pueden llamarse “los míos” son los adecuados para constituir grupo. Los motivos son, pues, afectivos, conviviales, relacionales al modo popular; no funcionales, racionales o de unión de habilidades. No se separan, como en otros lugares, los negros de los blancos, es decir, en razas; tampoco de por sí las clases sociales. Estamos hablando de la cárcel que es donde más se ve eso. Las clases sociales en las cárceles se mantienen, pero a menos que tengan pabellones distintos, conviven sin conflicto por ello. Se trata, de todos modos, de una relación que no se compromete a la larga, nunca hay compromiso con nadie.
Casi todo lo que se ha dicho al respecto resulta falso. Muchos de los contenidos y significados de las historias-de-vida de venezolanos populares, así como la experiencia de convivencia en ambientes de barrio, nos hablan de una historia de hambre de larga duración en Venezuela; sin embargo, esto parece tener muy poco que ver con la violencia delincuencial de nuestros días. Esta es fácilmente atribuida por la opinión pública a las situaciones de pobreza pero en esto no coinciden hoy todos los investigadores, algunos de los cuales no consideran a la pobreza como el factor determinante. En nuestro estudio, sólo en un caso la pobreza extrema, aparece junto con otros como factor determinante en su inducción desde niño a la delincuencia. Y sin embargo en este caso de pobreza extrema que señalo, influyó más la violencia y el maltrato brutal recibido desde niño por parte de los padres. Pero sólo en este caso se vio que si no robaba, se moría. Sin embargo, en el resto de nuestros sujetos nunca el hambre o la búsqueda de satisfacer necesidades básicas, está en la base de su historia de delitos y violencia. Lo hemos venido señalando en el análisis de cada una de las historias-de-vida. Otros son los factores: uno, poco señalado y enfatizado, es el tormento (con esta palabra lo indica uno de los sujetos), los sufrimientos padecidos en las primeras etapas de la vida, esto es, la violencia recibida que se transforma luego en violencia administrada hacia los demás. Y la violencia que reciben es fundamentalmente abandono; no son malos tratos, excepto ese caso ya señalado. La violencia que reciben es de abandono, de indiferencia, de descuido por parte la madre no habiendo nadie que la sustituya. La violencia padecida no es necesariamente en forma de crueldad y maltrato físico o de golpes fuertes y abundantes, como ya dije. La violencia que desde niño padecen nuestros sujetos toma la forma del abandono con múltiples variaciones: ausencia de padre o madre, o de ambos; descuido, desatención, rechazo, etc. Con excepción del caso ya indicado en cuya infancia la violencia intrafamiliar ha sido verdaderamente brutal e inhumana, no encontramos en nuestro estudio familias en cuyo seno se haya ejercido una violencia mayor que la de cualquiera de las familias comunes en los sectores populares. Sí hemos encontrado, en cambio, familias delincuentes, familias abandonantes, familias descuidadas, familias de vínculos internos débiles, familias con poca solidez afectiva. Es el abandono, el abandono no suplido por nadie, especialmente el de la madre, cuando ésta falla en la función culturalmente establecida, en el afecto, en la atención, en su significatividad vital para la vivencia del hijo, el factor más influyente, una de las claves principales para comprender la formación de la personalidad del delincuente violento. La constante en la vida de nuestros sujetos es que sus historias pueden definirse como historias de ausencias; de ciertas ausencias que son claves: ausencia de familia sólida, de madre significativa, de afecto positivo, de relaciones vinculantes, de atención, de presencia significativa. Esto conforma un trasfondo de dolor inscrito en las raíces de la persona; dolor que pocas veces y sólo fugaz y superficialmente pasa a la consciencia. Un trasfondo de violencia padecida que sustenta su disposición a la violencia actuada.
Otro, el principal, de los factores de violencia, no en cuanto origen de ella sino como motivación, es la satisfacción del deseo de poseer lo que los burgueses, los ricos, etc., poseen, todo de lo que disfrutan, pero más que en poseerlos y disfrutarlos la finalidad está en adquirir relevancia con ello, porque eso les da importancia. El primer tipo de delitos es el robo de ropa de marcas. Es el primer motivo para iniciarse en la delincuencia y en la violencia. Lo que da prestancia al “yo” para estar por encima de todos. El lujo y no las necesidades fundamentales. Se mata y se delinque por el lujo, no por la necesidad. Esto no quiere decir que la pobreza no tenga parte también, porque es el ambiente donde se vive.
Las historias-de-vida de nuestros sujetos nos delinean una sucesión de las distintas maneras en que la forma-de-vida de violencia delincuencial se ha ido presentando a través de los últimos cincuenta o sesenta años. En los barrios se suele hablar del malandro viejo como distinto del malandro nuevo. Esto corresponde, según nuestras historias-de-vida, a la experiencia de las comunidades populares en su bregar con los malandros. En nuestro estudio podemos distinguir tres momentos en la evolución de la violencia delincuencial de cada uno de los cuales tenemos representantes:
Entre la forma antigua y la forma nueva las diferencias son muy claras y se pueden identificar. En la forma media los límites son más difusos; quedan restos de la antigua y signos de la nueva que se mezclan.
Veamos esto concretamente en algunos aspectos. Empecemos por considerar cómo es el asesinato en cada una de las formas.
En la forma antigua, el asesinato no es presentado como una hazaña, una acción valiosa y propia de quien es valiente, o frío, o despiadado y que con eso se afirma. El significado verdadero, el que aparece al análisis de la narración y de la postura a lo largo toda la historia es en realidad ese de fondo, pero la persona no lo exhibe así. Se lo narra pero no se presenta en el discurso narrativo como tal, como una gloria del actor; se lo narra como una necesidad. El asesinato era necesario; no había más remedio. Se lo narra como una necesidad producida por las circunstancias, como algo inevitable si el ejecutante quería salvarse de lo peor, como la necesaria eliminación de un serio peligro. El énfasis hazañoso está no en el asesinato mismo, sino en la manera de ejecutarlo; con qué finura, con qué precisión, con qué capacidad; algo así como: qué bueno soy matando. Esa es la forma en que lo narran.
En la forma media no es necesariamente un acto glorioso, pero tampoco es encubierto como producto de lo inevitable. Se confiesa sin ningún pudor la voluntad de hacerlo y se narra con indiferencia sin lamentarlo ni sentirse culpable. Ante el asesinato se descubre una actitud, más bien, de ligereza e indiferencia.
En la forma nueva el asesinato es una hazaña gloriosa por el asesinato mismo. El énfasis está en la capacidad de asesinar y asesinar mucho. “Salimos a matar gente”, dice Héctor. Indiferentes, fríos. El número de asesinatos con relación al tiempo es muy importante. En un año tantos. Cuanto más muertos tenga encima y más joven sea el sujeto, más digno de admiración y más valioso es. Eso equipara a los más jóvenes con los más “cartelúos”, e incluso puede ponerlos por encima. Para los nuevos, el asesinato es un logro y de él se glorían. La violencia asesina es en éstos descarada, totalmente fría, inmotivada; no tiene que haber razón. O con motivaciones absolutamente banales. Un tipo le dice a otro: “yo quiero aprender a matar contigo”, y el otro le dice: “vamos, pues. A ese”; y es un catequista del barrio La Vega. La violencia asesina es casi mecánica, producto de un dispositivo que actúa automáticamente; dan la impresión de máquinas de matar. En Héctor, la muerte del otro es una decisión simple, no necesita explicación, justificación, razón; se ejecuta y ya está. El tipo mata –fue uno de los casos– y se fue al velorio a darle el pésame a los familiares.
Veamos cómo son el robo, el atraco y la sangre en las distintas formas.
En la forma antigua estaban delimitados los campos de acción, de modo que ninguno se sobreponía a otro, ni se confundía con él. El ámbito del robo y el del atraco no eran los ámbitos del asesinato, ni de la herida grave; eran cosas distintas. El tipo que era atracador, era atracador, no era asesino; el que era ladrón, era ladrón, no era asesino de por sí.
En la forma nueva el robo, el atraco y el asesinato se sobreponen o van juntos. “Te robo y te mato”. O si tienes suerte, te hiere, por ejemplo, en el pie. Un cambio radical y temible para todos. La violencia se ha vuelto más sangrienta, más agresiva, más implacable. Los nuevos no tienen ya ningún control, ningún límite, ninguna emoción. Así mismo, han cambiado las relaciones con la comunidad.
El delincuente antiguo cuidaba mucho las apariencias en el seno de su comunidad, aunque todos sabían su condición.
El medio sólo la cuida entre sus “compinches”, colegas o los miembros de su grupo, en el que un asesinato no significa gran cosa.
El nuevo no la cuida en absoluto, porque no le importa la comunidad y cada asesinato es un blasón en el grupo
Todo esto depende mucho del control social. No estamos hablando del control policial o gubernamental, sino del control de la sociedad y de la comunidad. Este control no sólo ha disminuido a lo largo del tiempo, desde los años cincuenta hasta hoy; sino que en la actualidad o ha desaparecido o se ha vuelto totalmente ineficaz y deleznable.
Los antiguos estaban sometidos a un control social bastante fuerte y eficaz. Por control social entendemos ahora la opinión de la gente, la manera de tratar de la gente, las condiciones no expresadas, pero presentes en las prácticas relacionales para no delatar, no tratar o negar el trato, etc. La comunidad sabía que tal sujeto era un delincuente y conocía todas sus fechorías, pero si cumplía ciertas condiciones, si, por ejemplo, no se gloriaba de sus delitos, no los ejecutaba en la comunidad, no escandalizaba a los niños, si protegía a la comunidad contra delincuentes externos, etc., o sea, si observaba ciertas normas y salvaba ciertas apariencias, lo aceptaba la comunidad e incluso lo protegía. Si no cumplía las reglas, si no estaba bien con la comunidad, ésta poseía mecanismos para castigarlo eficazmente ya fuera mediante la policía, ya fuera mediante los mismos vecinos; por otra parte, persistían en ellos restos de una larga y tradicional cultura del respeto a los miembros de la comunidad a la que pertenecían. El antiguo tenía cierta necesidad de ser aceptado; eso estaba en las entrañas de su formación infantil, tanto en la familia como en el vecindario.
Al nuevo no le importa en lo absoluto si es aceptado o no. La aceptación está sustituida por su capacidad brutal y directa de imponerse, de ejercer el poder total sobre cualquiera, la pura gana. El poder como instinto de muerte en estado puro. Si para los antiguos el otro contaba por lo menos algo, para estos el otro está completamente anulado. Sólo se preocupan de sí mismos. Son asesinos integrales.
Ante esta nueva realidad, a la comunidad, sin verdadera y eficaz protección policial, no le queda sino la vía terrible del linchamiento. Y los linchamientos son muchos, muchos más de los que se dicen. Ya no se habla de linchamiento en la prensa, pero son constantes, siempre los hay. En tiempo de los antiguos no se daban los linchamientos o eran muy raros y se producían sólo en momentos críticos; hoy son más frecuentes que lo que se dice, se cree y se sabe. Podría pensarse que estas terribles novedades son producto de la difusión de las drogas entre los más jóvenes. Es posible que la droga tenga influencia, pero tanto los antiguos como los medios también se drogaban y el asesinato no había llegado a estos extremos. No es la droga. El mundo del mercado de las drogas es otro, ése tiene sus reglas; el mercado, no el consumo. El mundo de las drogas es otra cosa; en ese punto no nos hemos metido.
Nuestros delincuentes no entran en la formade-vida “violencia delincuencial” porque alguien les enseña, pero una vez que están en la calle, en el mundo del delito, aprenden de alguien y se forman de alguna manera. Los antiguos se integraban al grupo de mayores, de delincuentes experimentados y con cierta edad, de quienes aprendían. Entendemos que aprendían a hacer las cosas bien: a robar bien, a matar bien, todo unos profesionales. Esto es, aprendían a pensar lo que iban a ejecutar, a cómo planificar los pasos y a cómo ejecutarlos sin errores, con calma, paciencia, reflexión, con lógica, con seriedad; como diría José. José dice: “yo soy un hombre serio. Soy ladrón, pero soy serio”. Y el tipo va siempre con saco y corbata. En estos momentos que ya es viejo y ya no le entran ingresos, no logra conseguir dinero, tiene el saco deshilachado, pero él siempre va con corbata; un hombre de los años cincuenta. En cierto modo, eran iniciados a la profesión o al oficio, si no se quiere hablar de profesión, esto es, a un cauce establecido de una manera de hacer. La tradición del oficio estaba en la cultura y se aprendía con la enseñanza de los ya expertos en el mismo. El delincuente antiguo todavía participa de una tradición que pocos años después va a desaparecer en el desarrollo de la producción industrial. Según estos, no se asesina a lo loco, se asesina según ciertas normas y ciertas maneras experimentadas de hacerlo; no se roba a lo loco y sin cuidar las consecuencias, etc. Los mayores enseñan técnicas pero también actitudes, lógica, planificaciones.
En los medios vemos que la formación es más bien producto del azar, o de alguien más experimentado con el que se coincide casualmente en un grupo o en una circunstancia. Las cosas ya no se hacen bien; se ha introducido la improvisación.
En los nuevos no se aprende de nadie que enseñe sino por pura observación personal, viendo lo que hacen los “cartelúos”, los más malandros del entorno en el que se vive. Sólo se aprende, por tanto, acción, no pensamiento, no planificación. Se aprende a hacer por el hacer mismo. Estamos en la cultura de la acción en el cine, en la TV, en la vida. La acción separada de la reflexión. Sólo la experiencia, el ensayo y error, puede enseñar algún procedimiento. El ejemplo se difunde y éste es uno de los caminos de iniciación para los mismos niños de 11 y 12 años en un barrio. Así funciona la inducción. El delincuente ya experimentado, con cartel, que tiene varios muertos encima, cosa que se indica dándose unos golpes con los dedos en el hombro señalando unas charreteras imaginarias, marca un camino con su pura presencia y su efectiva práctica a quienes, por uno o por otro motivo, ya tienen desde antes disposición al delito. El muchacho del caso referido y que mata a un catequista de La Vega quiere demostrar su audacia y Héctor le da la oportunidad, lo lleva al terreno de las “culebras”, esto es, a donde abundan sus enemigos mortales. Allí puede matar, tiene abundantes oportunidades y posibles víctimas. Para ello, basta matar a cualquiera; de hecho matan a quien probablemente nada tenía que ver con nada. El relato quizás por eso mismo es confuso porque el hecho también es confuso; por confusión, por cualquier cosa, se puede matar a alguien. Eso además no importa, lo que importante es que el otro quiere demostrar que puede matar. La vida del otro no vale nada. Literalmente.
El antiguo se mueve de comunidad en comunidad, sale de la comunidad familiar y entra en la de los jóvenes coetáneos, la pandilla, o algo mayores, para pasar, cuando cae en la vida del delito plenamente, a un grupo de delincuentes que forman comunidad e incluso lo típico es que viven en una misma casa de vecindad y delinquen en grupo con cierta continuidad; por lo menos mientras no los desarticula la policía. Esto se daba en los tiempos de la Caracas semi-rural.
El mediano se integra a un grupo de la calle y vive de manera trashumante. Se junta con otros para formar transitoriamente un grupo de tarea que se disuelve una vez terminada ésta. Es más libre, menos atado a compromisos pero delinque en grupo.
El nuevo no convive. Puede juntarse circunstancialmente en pareja o trío, y poco más; pero fundamentalmente actúa por su cuenta, aunque tenga “panas”, especialmente cuando asesina. El nuevo es sobre todo un solitario.
El antiguo tiene una cierta relación con el trabajo como medio de ganar recursos, aunque sea transitoria y circunstancial. Combina trabajo y delito, pero se puede identificar con un tipo de trabajo. El medio trabaja rara vez y no tiene un oficio que lo identifique. El nuevo no trabaja en absoluto, sólo delinque y mata.
El antiguo se cuida de la policía. Tiene que cuidarse de ella tanto cuando está solo como cuando actúa en grupo. La imagen que se nos da de la policía no es la de un cuerpo que no persigue realmente al delincuente y entra en convivencia con él como sucede hoy. El medio negocia con la policía. Ya la policía es un cuerpo que se distingue de la banda de delincuentes por la forma y los procedimientos, pero que comparte los mismos delitos y no persigue al delincuente para resguardar la seguridad de los ciudadanos, sino por otras motivaciones. El nuevo huye de la policía porque ni siquiera pueden llegar a acuerdos en delitos con sus miembros. A veces incluso la enfrenta. Es su competencia.
El antiguo busca obtener bienes siempre dentro del sentido que al respecto se ha mencionado, o sea, transitoriamente; pero busca tener cosas y aparentar con los bienes y también llevar una buena vida de goce, sin sufrimiento, sin mucho trabajo, aunque de hecho lo derrocha todo y esa vida nunca la consigue. El medio los busca, pero como los consigue los gasta. En el nuevo no hay ninguna referencia a los bienes de ningún tipo; la referencia es sólo al poder obtenido por el asesinato.
Antiguos, medios y nuevos siguen una misma trayectoria para formarse. Empiezan por tener desde la infancia una relación débil con las figuras centrales de la familia, especialmente la madre y. por ende, con el centro afectivo de la familia. Esto puede definirse como déficit de pertenencia. No se perciben como pertenecientes de lleno a una familia. Simultáneamente a lo largo de toda su infancia muestran una conducta desadaptada y conflictiva tanto dentro de la familia como en el vecindario y en la escuela. “Porque yo me metía bastante en problemas. Cuando yo era un niño, cónchale, yo era un vagabundo”, dice Alfredo. Su mala conducta escolar es causa de la exclusión de los centros educativos en los que de todos modos pasan cortos períodos. A todos los botan de la escuela. De todos los centros los expulsan hasta que abandonan muy temprano los estudios. Alfredo a los 11 años no ha terminado segundo grado. “Me pusieron también en un colegio; me botaron también a la semana, porque me disparé de un guapo ahí. Le di dos palos. Me botaron”. Esto lo dice José. En el vecindario son perseguidos como problemáticos, son autores de pequeños robos progresivamente más importantes; martillean a los vecinos, causan destrozos, etc.
Muy temprano se empiezan a desligar de la familia. Eso tiene distintas manifestaciones. Unos pasan de la familia de origen a la familia de algún pariente, como la abuela, algún tío, de la que también se desligan pronto ya sea para regresar transitoriamente a la de origen, ya sea para pasar a la calle. Otros, en cambio, pasan de la familia a la calle directamente. El alejamiento de la familia es progresivo. Primero es de la familia a la calle dentro de la misma comunidad del barrio, de modo que pasan unos días en la calle, regresan a la familia, vuelven a salir a la calle y así por un tiempo.
Estar en la calle tiene sus pasos. Al principio es pasar en la calle la mayor parte del día, pero regresar a dormir en la familia. Luego es pasar noches también en la calle, durmiendo generalmente en algún vehículo dañado o abandonado, pero sin desligarse por completo de la casa. En esta etapa la calle predomina sobre la casa. El siguiente paso es ya durar largo tiempo fuera y lejos de la familia, integrado a alguna pandilla de coetáneos en cuyas casas cohabitan un tiempo o circunstancialmente. Finalmente, viene el desprendimiento total de la familia, ya sea permaneciendo en la comunidad, ya sea abandonándola también para entrar de lleno en algún grupo de delincuentes, integrándose a uno establecido de antemano o agrupándose con otros que están en sus mismas condiciones y viven del robo. Desde este momento ya están de lleno incorporados a la forma-de-vida delincuencial y está marcado el desenvolverse de su historia posterior en ella. El primer homicidio marca un paso decisivo. Hemos comentado, refiriéndonos a José, lo que es válido como norma general: parece que la primera experiencia de asesinar rompe barreras y abre todas las posibilidades para futuros homicidios. Diríamos que se despierta la percepción de auto-eficacia, que se facilita la ejecución de la conducta criminal, según Bandura y su teoría del aprendizaje social. Se superan todos los controles, todos los límites morales. Esta trayectoria es común para todos los delincuentes que, como hemos dicho, acaban conformados por la delincuencia violenta como estructura de su modo de vivir la vida y no se interrumpen en ningún momento. Alfredo nos da el modelo. De él hemos dicho: “si relacionamos el inicio de su historia-de-vida con todo el resto de la misma, llegamos a la conclusión de que no hubiera podido ser sino lo que fue y como fue. Aquí están ya los factores que van a decidir su vida, las condiciones de posibilidad de su historia-de-vida”.
Tenemos, sin embargo, aquellos dos ejemplos de los que he hablado que en un determinado momento de la vida se recuperan de la delincuencia, la abandonan y se reincorporan a la vida normal dentro de la sociedad popular. ¿Cuáles son sus rasgos distintivos? ¿Cómo es que lo logran éstos y los otros no?
Ante todo, pasan la infancia protegidos dentro de la casa. En ella hay una madre que de alguna manera cumple como tal. Tienen mamá y casa, sentido de pertenencia. Han tenido la experiencia de pertenecer a una familia y a un hogar. No sólo a tener familia, sino pertenecer. Han vivido un vínculo suficientemente fuerte no sólo con la madre, sino también con hermanos. Hablan de los hermanos en plan de hermanos, no en plan de cómplices o de copartícipes en su sentido de víctimas, como es el caso del niño maltratado del que antes hablé.
Encontramos en ellos un sentido religioso popular, pero con un concepto de Dios no como cómplice o complaciente, sino como ayuda que no sustituye la responsabilidad de quien comete la acción. Una creencia en Dios que pudiéramos calificar de adecuada desde el punto de vista de la doctrina católica. No es un Dios alcahuete que transige con el delito, como encontramos en otros. Todos dicen que creen en Dios, pero se buscan un Dios alcahuete que los protege a ellos pero no protege a la víctima. Incluso un Dios que los ayuda a matar bien. Estos en cambio, tienen un Dios que ayuda pero que exige la libertad, la responsabilidad, la dedicación y el esfuerzo de quien confia en El.
Se desvinculan de la casa y de la madre en la adolescencia, no antes, como sucede en los otros. Evalúan negativamente el haber salido de la casa, mientras que los otros dicen que eran esclavos, que los tenían esclavizados. Evalúan el haber salido de la casa negativamente y con sentimiento de culpa. Lo expresan con los términos populares de quien se acusa: “no le hacía caso”, “me desaté”. La manera de expresar el distanciamiento en los otros sujetos está en término de indiferencia, incluso de logro, o por lo menos no en términos de culpa, de arrepentimiento, aunque de palabra esto puede aparecer para producir buena impresión en quien escucha. Porque esto es interesante: todos los delincuentes terminan con un discurso de lo más moralista: cómo debe ser una persona, cómo se debe respetar, etc. Después de que han matado a varios. Algunos porque se las dan de evangélicos y convertidos, pero se distingue bien lo auténtico de lo no auténtico, otros porque quieren causar, al fin y al cabo, buena impresión.
Se desvinculan de la familia y la madre, pero éstas permanecen como de fondo. Hay una presencia de la madre aunque esté ausente. Una presencia en la experiencia vivida y seguridad de encuentro para cuando se quiera regresar a ella.
Hay además, en estas historias, un padre que no es rechazante ni de influencia negativa; aunque siempre sea de significación secundaria con respecto a la madre, más o menos tangencial. Se trata de un padre típico de familia matricentrada; sin embargo, el padre intenta ocupar un espacio de guía, responsabilidad, protección y disciplina en la vida del hijo aunque esté separado de la familia y haya constituido él otra que incluso viva distante.
En la escuela se mantienen durante los primeros años. Los dos terminan la primaria y hacen algún año de secundaria. Abandonan los estudios cuando en la adolescencia se desvían hacia conductas delictivas. La educación tiene en ellos mucha importancia como significado, la recuerdan, la valoran e intentan reintegrarse al estudio años después, o por lo menos lo consideran aunque decidan que ya no es el caso. La educación temprana queda en ellos como un trasfondo de guía moral que resurge en el momento de la reflexión y la madurez. En los otros, en cambio, se tiene la impresión de que todo intento educativo llega tarde y resulta ineficaz. En algunos momentos de su vida hay intentos de influir sobre ellos con consejos, con castigos al principio, con la idea de enseñarles un oficio, con esfuerzos por someterlos a un trabajo, a una disciplina; estos remedios llegan cuando ya la orientación a la forma-de-vida delincuencial está definida y no surten efecto. Todos, sin embargo, han tenido algún contacto con la escuela, con el medio familiar, de tipo regenerativo, pero lo importante es que nada de eso ha sido significativo para ellos. En cambio, para estos dos casos que se han regenerado, sí es significativo.
La delincuencia no los define, parece más bien un accidente; aunque sea continuado por un tiempo en sus vidas. Ni Alberto ni Nelson –es el nombre que les hemos dado-- se viven como delincuentes, como violentos, cosa que es evidente en todos los demás, aunque no lo expresen en estos términos. Ellos no pertenecen a la delincuencia, ni la delincuencia pertenece a sus vidas. Pasan por ella como se pasa por malos sucesos en la vida, pero no se quedan; por eso son recuperables.
Donde hay familia, donde hay madre y luego esposa, la inserción en la vida delictiva es pasajera aunque dure un tiempo.
No forman parte del acto delincuencial. Siempre lo describen como desde fuera, porque en realidad ellos son como de fuera del delito, no de dentro. La forma de su narración dice su posición de fondo. Es una narración hecha desde fuera. Se ubican siempre en una posición externa respecto al acto delictivo. Ellos no forman parte de esa forma-de-vida, se meten en esa forma-de-vida, se inmiscuyen, se introducen momentáneamente, un momento que puede durar un tiempo más o menos largo, pero, si lo estudiamos en el conjunto de toda su historia-de-vida, entran y salen; no son unos pertenecientes como los otros. Los otros sujetos delincuentes pertenecen. Toda la vida la narran como pertenecientes, no narran otros espacios como sí hace Nelson que nos cuenta de la universidad, del trabajo, de la familia; aunque él no ha estado en la universidad, pero ha estado haciendo alguna cosa ahí. Narran otras cosas. De todos modos, en ellos nunca el delito ha sido sólo por el egoísmo de tener las cosas de los ricos, como en la mayoría de nuestros casos, sino que ha obedecido también a otras motivaciones. Por ejemplo: el grupo, la diversión, dentro de ciertos límites, la necesidad de defenderse, etc.
Algo importante que los distingue de los demás miembros del grupo en estudio es que se echan la culpa de sus desviaciones a sí mismos. Los otros siempre encuentran un culpable: las malas juntas, el diablo, el peligro, etc.; éstos en cambio asumen responsabilidad por sus actos. Por otra parte, su lenguaje es un lenguaje relacional, esto es, se distinguen también de los otros quienes usan un lenguaje centrado en su “yo”. No se cierran en la referencia a su “yo”. Este descentramiento es muy significativo porque no lo encontramos en los otros delincuentes.
Tienen una manera distinta de ver a las víctimas, a los atracados o a los asesinados. Para Alberto, en particular, las víctimas no son unos güevones cualesquiera, unos bichos, unos tal y cual, unos chigüires, unos venaos, como dicen todos los demás. Para él son seres humanos iguales a él, que hasta tienen cierto derecho a tener y no debieran ser atracados. Es capaz de situarse en la posición del otro. Alberto, aunque está en ese mundo, no pertenece a él, su mente no está anquilosada en la delincuencia.
Éstos no sólo empiezan a trabajar, sino que aprenden a trabajar en serio.
Nunca se presentan como protagonistas de hazañas grandiosas, ni de grupos, ni de historias. Y un factor clave que no aparece en la vida de los otros: una mujer con la que establecer una determinada relación de pareja estable. Advierto que hemos trabajado sólo con varones, no hemos hecho el estudio con mujeres. En la vida de los otros, las mujeres no desempeñan ningún papel importante, no significan más allá del satisfacer unos deseos o necesidades, y el de ser madres de algún hijo también suyo con el que no tienen ninguna relación de verdad; no influyen para nada en sus vidas. La vida de nuestros dos sujetos regenerados coincide en esto, según la experiencia de los que vivimos en barrio, con la trayectoria de nuestros convecinos malandros: los que han tenido una mujer en relación de pareja estable que ha sido significativa afectivamente en su vida han salido del delito y se han incorporado a la vida normal.
Estos son algunos aspectos de la investigación que hemos realizado. Aún queda mucho qué decir del tema.