La Utilidad de la Investigación en Ciencias Sociales, en el Contexto de la Crisis Presupuestaria de las Universidades (Comunicación corta)

Juan José Pérez Rancel

Profesor Facultad de Arquitectura/UCV.
Doctor en Historia de la Arquitectura y del Urbanismo.
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El texto que sigue más adelante, fue leído el 25 de octubre de 2006 en la presentación de la biografía de Agustín Codazzi, publicada por la Editora El Nacional bajo el Nº 37 de la Colección Biblioteca Biográfica Venezolana. Siete años después, el texto sirve todavía, toda vez que se ha constatado la tendencia utilitarista de los organismos y normas estatales, dirigidos a regular la investigaciòn científica según los criterios de su aplicación inmediatista con fines “prácticos”. Segun estas normas y organismos (Locti, PEI, etc.) las investigaciones universitarias para las que se solicite financiamiento oficial, deben tener una finalidad específica, materializable en el supuesto bienestar de la población, etc. En el caso de la investigación en Ciencias Sociales, ellas han desaparecido de las prioridades nacionales fijadas por la propia Locti cuyo apoyo se destina casi completamente a las investigaciones tecnológicas, técnicas, de ingeniería o de acondicionamiento, en aquellas áreas sociales agravadas durante los quince años de pesadilla que constituyen el “legado” de este gobierno: vivienda, ambiente, salud, educación, etc.

La marginalidad a la que se ha confinado a las Ciencias Sociales, así como a la investigacion literaria, cultural, artistica o a cualquier cosa que no sea “aplicable” de inmediato, ha obligado a algunos investigadores universitarios a actuar en cierta forma como caza-sponsors, adaptando con artilugios los proyectos para que “encajen” en los módulos y planillas y se cuelen inteligentemente por las numerosas brechas dejadas en las formulaciones oficiales de lo que es ciencia aplicada y lo que no lo es. Así, una investigacion sobre la historia de la ingeniería o de la arquitectura, no serviría de nada, no tendría “utilidad práctica” y no debería financiarse ni dedicarse a ella tiempo y esfuerzo de los investigadores. Los historiadores harían bien, según eso, en dedicar su experiencia a adaptar sus líneas de investigación hacia la historia de la vivienda, por ejemplo, para poder obtener fondos públicos. Aunque se alejen así de las líneas de investigación que han construido durante décadas coherente y secuencialmente, dirigidos por criterios académicos y científicos, en lugar de por criterios ideológicos.

Planteada así, de manera sumaria y general la situacion de la investigación universitaria y de su financiamiento en esta Venezuela y en estas universidades en renovada y crónica crisis presupuestaria, dejamos para una siguiente ocasión profundizar en las múltiples ramificaciones del tema, para abundar, mediante el escrito que sigue, en el punto principal asomado, el de la utilidad para nuestro país de la Historia y de la investigación histórica:

En 1992, con ocasión de la inauguración de la 1ª Maestría en Historia de la Arquitectura, en la Universidad Central de Venezuela, el Coordinador, Profesor Manuel López Villa, nos regaló una frase provocadora: “la historia no sirve para nada”. En aquel contexto se estaba refiriendo a los peligros de instrumentalizar la historia con fines ajenos al conocimiento mismo, alejándola de la verdad, que es el fin último de toda investigación. Recuerdo aquella provocación, cada vez que debo llenar planillas en búsqueda de financiamiento para las investigaciones, las que generalmente preguntan cuáles son las aplicaciones prácticas, innovaciones tecnológicas, software, etc., de las investigaciones, aún cuando sean de Ciencias Sociales.

Este de Codazzi es uno de esos casos en que la utilidad práctica no se ve por ningún lado. ¿Cómo entonces encontrarle la utilidad a las investigaciones históricas? ¿Al servicio de qué o para qué debe servir, esta disciplina? ¿Qué sentido tiene gastar dinero en armar un discurso que explique lo que ya pasó? Al que se propone investigar el pasado se le presentan estas y otras interrogantes, angustias o compromisos morales o políticos.

En este caso concreto, ¿para qué le sirve a Venezuela saber hoy que hace 165 años Codazzi describió cuál era el tamaño, la forma y la utilidad de cada pedazo del territorio venezolano y colombiano? ¿Para qué les sirve a las generaciones actuales leer sobre el espíritu republicano y justiciero que movía a muchos hombres de la época en que vivió Codazzi? ¿Para qué les sirve a las generaciones futuras enterarse de que Puerto Nutrias en Barinas pudo haber sido desde 1847 una gran ciudad portuaria con estructura urbana en ambas riveras del Apure y que podría ser punto focal de un gran eje comercial sobre la columna vertebral fluvial del país, propuestas todas hechas por Codazzi? Así, pudiéramos multiplicar las “para qué les sirve”, hasta el límite de la desazón o de la desesperanza. Porque saber lo que este país ha podido ser y verlo prefigurado desde que sus fundadores comenzaron los intentos, no puede menos que llenarnos de tristeza. Enterarnos de que todavía no se han alcanzado las promesas del Iluminismo, nos llena de doscientos años de desasosiego, y de vergüenza por no haber llevado a cabo la nación.

Resuena todavía el eco de los slogans: ¡Civilización! ¡Progreso! ¡Modernidad! ¡Desarrollo! de cada generación que no ha podido cumplir con las metas postergadas. Los recursos están allí, los de la tierra y las aguas, los del subsuelo, los de los venezolanos capaces. Pero cada generación es devorada no sólo por la anarquía, la ambición, la mezquindad o la torpeza -como nos lo recuerdan los infaustos episodios contra la naciente constitución, el 24 de enero de 1848-, sino también por la ausencia de aquella dedicación a construir repúblicas. La debacle institucional que se aceleró desde 1848 y finalizó en 1870, suspendió las posibilidades de continuar lo que de positivo pudo haberse logrado desde 1830. El recomienzo permanente nos ha frenado como nación y ha sido un factor del actual rezago que exhibimos en las estadísticas sociales del planeta, un rezago exponencial al revés: cada vez más rezagados, como constatamos al analizar sin prejuicios al país. Somos todavía un monumento a la provisionalidad y a lo inconcluso, estamos condenados al inicio eterno.

Por ejemplo: fue sólo en 1956 que pudo fundarse la colonia agrícola de inmigrantes de Turén (actual Estado Portuguesa), en tierras que desde hacía cien años habían sido señaladas por Codazzi como aptas para ese fin. Fue solamente entre 1942 y 1945 que se comenzó a intentar una legislación agraria moderna, cien años después de que Codazzi ejecutara el primer intento agrícola exitoso en el país (la Colonia Tovar) y a noventa años de que él propusiera la entrega de las tierras ociosas venezolanas y colombianas a quienes las podían poner a producir. En 1970 se anunció con bombos y platillos el Eje Fluvial Apure-Orinoco, sin mencionar que 125 años antes ya había sido concebido por el gobernador barinés Codazzi para unir Los Andes con el Atlántico a través de ríos, trenes y canales. Las ciudades fundadas durante el siglo XX siguieron las huellas de las indicaciones publicadas por Codazzi en 1841 en su Resumen de la Geografía de Venezuela. Las áreas turísticas y los parques nacionales fundados desde 1950, habían sido ya señalados por Codazzi en los manuscritos de la Geografía que no pudieron publicarse porque el Gobierno alegó no tener fondos para financiar su impresión. La actual megalópolis del norte de Venezuela sigue el eje de ocupación territorial que Codazzi preveía fluyendo entre Puerto Cabello y La Guaira a través de un ferrocarril que pasara por Valencia y Caracas. Desde hace 120 años, las líneas principales de la red ferroviaria nacional han seguido los trazados de Codazzi, considerando la propia naturaleza y morfología de los espacios interurbanos nacionales. Y en estos últimos años ha resurgido en Colombia la idea de un canal interoceánico que sustituya al de Panamá, a través del golfo de Urabá y la provincia del Chocó, sitios que fueron recorridos por Codazzi desde 1819, cuando comenzó a dibujar sus propuestas para aquella gran obra de ingeniería, la cual, como sabemos, se inauguró en 1914 según el trazado esencial dictaminado por él en 1854.

Comparar con el presente las propuestas de Codazzi y de otros ilustrados de su época, es como si hiciéramos presentar un examen a las Ciencias Sociales y la Política contemporánea, especialmente en nuestros tiempos que deberían ser para la reconstrucción de la Nación. Conociendo la obra de Codazzi, comprendemos que el territorio es un fenómeno integrador y en permanente transformación, moldeable por los hombres para construir el progreso de todos. Este concepto fundamental es una noción que habría que afianzar, especialmente entre los que tendrán que tomar pronto las riendas de esta reconstrucción nacional. También la actitud simultáneamente científica y política de Codazzi, debiera remarcarse en las nuevas generaciones en nuestros colegios, universidades e institutos científicos: la ciencia para hacer mejores a todos los seres humanos, especialmente en Latinoamérica, que tiene tanto aún por construir y tanto espacio por conocer y ocupar.

¿Cómo no reconocer en Codazzi a un importante iniciador de la comprensión de estos territorios al norte del subcontinente? ¿Estamos haciendo la apología de Codazzi? Puede ser: sería la de un visionario. Hubo otros después y algunos antes, pero ninguno plasmó en obra escrita y cartográfica sus propuestas como lo hizo este civilmilitar ilustrado, venido de una Italia que precisamente buscaba su Unidad Nacional. Su testamento científico para Venezuela quedó en Barinas luego de dos años como Gobernador de aquella Provincia, y sigue allí, esperando ver a la Civilización ocupar plenamente aquellas llanuras. Como esperamos también nuestra propia Unidad Nacional, necesaria para civilizarnos.

Codazzi salió hacia Bogotá aquel 1848, luego de varios intentos de asesinato, brutal agradecimiento por sus veinte años de aporte a la construcción de la nacionalidad venezolana.

¿Para qué nos sirve hoy saber de tantas frustraciones? ¿Para qué sirvió tanto dolor? ¿Para qué sirve encontrar en nuestra historia las repetidas inconstancias e imposibilidades, los sueños, Constituciones e ideologías traicionadas? ¿Para qué percatarnos de que nuestra historia es un continuo recomenzar de cero?

Desde 1830 hemos tenido muchas constantes, como nuestra particular variedad natural y territorial, los ensayos de mejora institucional, etc., pero especialmente la Unidad Nacional, elemento aglutinador para quienes fundaban la nación luego de la guerra de Independencia. Los partidos no cesaron, es verdad, y después de bajar intranquilo al sepulcro, Bolívar fue bandera de cuantos gobernaron. Paradójicamente, en su nombre se ha dividido a los venezolanos muchas veces, en lugar de proclamar “Unión, Unión”. En su lugar, la anarquía nos devora cotidianamente. La anarquía expulsó a Codazzi luego de aquel 24 de enero de 1848, como a tantos civilizadores, y fue la que protagonizó las matanzas antes y durante la llamada Guerra Federal. Aquella desunión nos ha llevado a inventar guías ficticios del país, sustituyéndonos a nosotros mismos como protagonistas. Y durante nuestro increíble siglo XX nos llevó a padecer dictaduras o desgobiernos, que contradictoriamente a veces eran modernizantes.

¿Para qué sirve saberlo? Seguro que para no cometer otra vez los mismos errores; para no partir otra vez desde el principio en la construcción de la borrosa e indefinida Unidad; para no descartar a nadie que pueda aportar a esa unidad en la construcción sólida e irreversible de la tan ansiada patria; para no dividirnos en bandos ficticiamente irreconciliables, pues los corazones y cerebros no pertenecen exclusivamente a ningún bando; para construir paz, pues matándonos retrocedemos.

Nuestra historia tiene muchas excusas para que continuemos divididos, desde aquel 1848, la Guerra a Muerte, la Federación, el gomecismo, el golpe de 1945, el asesinato del Presidente Delgado Chalbaud, los cuarenta años famosos y ahora lo que nos pasa, que es como la suma de todo lo anterior, confuso y multiplicado. Venezuela no nació ayer, y no todo el pasado debe ser arrasado. Nunca podremos sustituir el puente hacia La Guaira, dejado caer por la inaudita incompetencia acumulada, pero debemos aprender de lo que pasó, mientras evitamos que la incompetencia continúe impune. El caballo blanco del escudo corría hacia el futuro mirando al pasado, como lo han hecho las grandes naciones, por eso estamos ante una excepcional oportunidad de aprender de la historia sufrida. Codazzi es un sujeto típico para el estudio y la comprensión de los temas históricos que protagonizó; por medio de él podemos entender un poco más lo que pasó, para imaginar las opciones y probabilidades de lo que debe pasar.

Codazzi es hoy una excusa, usémoslo para mirarnos como si fuéramos el otro, así como él nos miró viniendo de lejos para convertirse en parte de nosotros. Mirar al otro pasa por considerarlo en todo su probable valor. Hagamos del conocimiento de nuestra historia una excusa para que Venezuela tenga Paz. Tenemos hoy una nueva tentación de comenzar violentamente desde cero, pero hagamos en cambio que la historia sirva para algo.